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lunes, 1 de noviembre de 2010

Balada de un entierro (Rudyard Kipling)



Si justo aquí debo morir,
solemnemente os debo pedir
que tomes lo que resta de mí
hacia las colinas por el bien del viejo bien.
Amortájame en el mismo fondo,
en el mismo hielo usado para apagar,
aquel mismo que bebí cuando estaba seco.
-Observa esto para el bien del viejo bien-

Corre hacia la estación de trenes,
hacia Umballa pide sólo un billete de ida,
no me preocupa el retraso o las sacudidas.
Descansaré alegremente del rencor
de los coolies y su clamor;
así envuelto de mi dignidad
envíame lejos para el bien del viejo bien.

Luego de la soñolienta Babu despierta,
reserva para cuatro un camión.
Pocos, creo, desearán viajar
en mi lóbrega compañía,
como antiguamente hacían.
Necesitaré un descanso especial,
algo que nunca antes tomé,
consíguemelo para el bien del viejo bien.

Después de esto, todo debes disponer,
no seré huésped de ningún hotel,
ni la espina del buey me soportaría,
dura es la espalda y áspera la soga,
las cuerdas de Toga son frágiles y delicadas.
Crea un asiento y ubícame allí,
en una cómoda cuerda flexible,
haz lo posible para el bien del viejo bien.

Después de esto, tu trabajo está hecho.
Recuérdale al sacerdote un lamento
por la partida del querido muerto,
sacude el polvo y las cenizas al viento.
No me bajes de inmediato, confío
en una excusa que me brinde tres días.
Luego embriágate por el bien del viejo bien.

No podría soportar los llanos,
¡piensa en el ardor de Junio y Mayo!
¡Piensa en las lluvias de Septiembre!
¡Todo sobre mi hasta el día del juicio!
Nunca debería descansar en paz,
debería yacer despierto y sudar.
Bájame, entonces, hacia mi lecho,
a las colinas para el bien del viejo bien.

viernes, 15 de octubre de 2010

Nemesis


A través de las puertas del sueño custodiadas por los ghules,
más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,
he vivido mis vidas sin número,
he sondeado todas las cosas con mi mirada;
y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento
arrastrado con horror a la locura.

He flotado con la tierra en el amanecer de los tiempos,
cuando el cielo no era más que una llama vaporosa;
he visto bostezar al oscuro universo,
donde los negros planetas giran sin objeto,
donde los negros planetas giran en un sordo horror,
sin conocimiento, sin gloria, sin nombre.

He vagado a la deriva sobre océanos sin límite,
bajo cielos siniestros cubiertos de nubes grises
que los relámpagos desgarran en múltiples zigzags,
que resuenan con histéricos alaridos,
con gemidos de demonios invisibles
que surgen de las aguas verdosas.

Me he lanzado como un ciervo a través de la bóveda
de la inmemorial espesura originaria,
donde los robles sienten la presencia que avanza
y acecha allá donde ningún espíritu osa aventurarse,
y huyo de algo que me rodea y sonríe obscenamente
entre las ramas que se extienden en lo alto.

He deambulado por montañas horadadas de cavernas
que surgen estériles y desoladas en la llanura,
he bebido en fuentes emponzoñadas de ranas
que fluyen mansamente hacia el mar y las marismas;
y en ardientes y execrables ciénagas he visto cosas
que me guardaré de no volver a ver.

He contemplado el inmenso palacio cubierto de hiedra,
he hollado sus estancias deshabitadas,
donde la luna se eleva por encima de los valles
e ilumina las criaturas estampadas en los tapices de los muros;
extrañas figuras entretejidas de forma incongruente
que no soporto recordar.

Sumido en el asombro, he escrutado desde los ventanales
las macilentas praderas del entorno,
el pueblo de múltiples tejados abatido
por la maldición de una tierra ceñida de sepulcros;
y desde la hilera de las blancas urnas de mármol persigo
ansiosamente la erupción de un sonido.

He frecuentado las tumbas de los siglos,
en brazos del miedo he sido transportado
allá donde se desencadena el vómito de humo del Erebo;
donde las altas cumbres se ciernen nevadas y sombrías,
y en reinos donde el sol del desierto consume
aquello que jamás volverá a animarse.

Yo era viejo cuando los primeros Faraones ascendieron
al trono engalanado de gemas a orillas del Nilo;
yo era viejo en aquellas épocas incalculables,
cuando yo, sólo yo, era astuto;
y el Hombre, todavía no corrompido y feliz, moraba
en la gloria de la lejana isla del Ártico.

Oh, grande fue el pecado de mi espíritu,
y grande es la duración de su condena;
la piedad del cielo no puede reconfortarle,
ni encontrar reposo en la tumba:
los eones infinitos se precipitan batiendo las alas
de las despiadadas tinieblas.

A través de las puertas del sueño custodiadas por los gules,
más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,
he vivido mis vidas sin número,
he sondeado todas las cosas con mi mirada;
y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento
arrastrado con horror a la locura.


H.P. Lovecraft