miércoles, 26 de mayo de 2010

Asuntos con el Diablo



El teléfono sonó en la vieja casa. El timbre del mismo resonó por el vacio salón donde estaba situado y estuvo sonando hasta decir basta. Luis estaba dándose una ducha en aquel momento y tenía puesto un viejo Cassette de Metalica en una mini cadena que tenía en el cuarto de baño. Entre la música y el propio ruido de la ducha no oyó la llamada. Al otro lado estaba alguien angustiado, desesperado, sobresaltado. Estaba llamando desde una cabina telefónica y parecía que el mundo se le estuviera viniendo encima. Viendo que nadie contestaba, salió corriendo de la cabina.

Luis terminó de ducharse y estaba en su dormitorio mientras Metallica seguía a lo suyo. Él empezó a silbar al compás de una canción y se desenvolvió la toalla. Se miró en el espejo y empezó a meterse la barriga hacia dentro en un vago intento de disimular sus años. Soltó de nuevo la barriga y esta vez le dio unas buenas palmadas. Después estuvo manoseándose la polla para que agrandara y conseguido su objetivo se dirigió a la mesita de noche y rebuscó los calzoncillos azules que tanto le gustaba, pues sabía que se encontraban allí. En la calle estaba anocheciendo y el cielo estaba empezando a dar indicios de que iba a desatar con furia un buen temporal. Terminó de vestirse. Se echó after shave en cantidad considerable para desprender un buen aroma y terminó de odorizarse con una buena mojadura de colonia en spray. Cogió las llaves, la cartera, se dio un último retoque, apagó la mini cadena y se dirigió a la puerta de su casa. Cuando intentó abrirla vio que era infructuoso su esfuerzo, pues esta no cedía en su empeño de permanecer cerrada.
Pensó que podía estar cerrada con llave, que una vez dentro se la pudo echar sin darse cuenta, pero una vez introducida la llave se dio cuenta que no estaba echada. Se quedó muy extrañado, pensando en qué hacer y a la vez en qué había podido suceder. Se le ocurrió meter una tarjeta de crédito como había visto que hacían los cerrajeros. Lo hizo, pero del esfuerzo lo único que consiguió fue que se le partiera por la mitad. Entonces decidió llamar por teléfono a un profesional. Buscó por las páginas amarillas y llamó a unos pocos pero no le contestaba nadie. Mientras llamaba oía el tu-tu-tu de alguien que le estaba llamando. Era nuevamente la persona de antes, que cada vez que llamaba, se encontraba con el teléfono comunicando. Ello lo ponía cada vez más nervioso. Y cada vez corría más deprisa, como alertado por algo.

En la calle estaba empezando a llover y los primeros relámpagos estaban haciendo acto de presencia. Cuando Luis se empezaba a dar por vencido y a pensar que la noche ya se le había acabado se fue la luz de su casa. Comprobó el cuadro de luz, pero allí estaba todo en orden. Sería un apagón general, o al menos por su barrio. Se asomó a la ventana y vio como toda la calle estaba a oscuras mientras se empapaba del agua de lluvia. Cogió su mechero y empezó a buscar unas velas que creía conservar, pero ya no las tenía. Al rato recordó que se las había llevado su hermana porque les hacía falta para una sesión de espiritismo. Pensando en ello se empezó a reír principalmente por la candidez de su hermana por creer en bobadas como esas.

De pronto el cielo se puso blanco iluminando la estancia donde estaba Luis y dejó ver lo que parecía una sombra moviéndose. Será un coche que pasaba, pensó Luis. Pero al momento no era un coche lo que pensaba su mente, sino que ya era un ladrón lo que la ocupaba a grandes rasgos. –¿Hay alguien ahí? –dijo con voz temblorosa pero recibió el silencio por contestación. Al rato sonaron los ladridos de unos perros callejeros. Pero de indicios de que alguien más pudiera estar en el salón, nada.
Cuando más silenciosa estaba la escena sonó de nuevo el teléfono. Esta vez si iba a contestar, pero al ir a cogerlo dejó de sonar. Al otro lado seguía estando la persona que, presa de un ataque de nervios, esta vez no espero que sonara el teléfono y salió nuevamente corriendo. Corrió y corrió hasta que llegó a la vieja casa a la que estaba intentando llamar. Esta vez estaba algo cambiada porque la puerta de entrada estaba abierta. Entró y encontró a su cuñado tumbado en el suelo con la barriga perforada y ensangrentada, dejando una gran mancha de sangre en el suelo del salón. Llamó a la policía y confesó que había encontrado a su cuñado muerto por culpa de su mujer, que ella había hecho una sesión de espiritismo pidiéndole al diablo que acabara con él, pues desde que habían muerto sus suegros se había quedado la casa que pertenecía a los dos hijos y quería su mujer que muriera para recibir el dinero que le pertenecía. Que de todas maneras su cuñado era un yonqui y no se merecía vivir.

Como estaba claro, con esas acusaciones no se iba a culpar a nadie, por lo que el primer sospechoso fue el cuñado. El caso fue a parar al inspector Gálvez, un policía gordo que había perdido el interés por la justicia, pero que tenía en su equipo a un joven subinspector, Jiménez que se tomaba muy en serio su labor. En la casa no había ninguna huella y el móvil del robo quedó descartado porque Luis era más pobre que las ratas. La casa en si no valía nada, porque era muy vieja, pero el solar estaba en una calle muy céntrica y valía su peso en oro. Empezaron a barajar la hipótesis de lo sobrenatural e hicieron sesiones de ouija y grabaciones nocturnas por un equipo de supuestos expertos. La conclusión fue inconcluyente, por lo que el caso se fue dejando de lado con el pasar del tiempo.

Pero si de una cosa está llena la policía es de soplones, y un buen día llegó un tal Maraniños al despacho del subinspector Jiménez y le contó lo que a su vez le había contado un tal Jaramillo. Resulta que éste se dedicaba a cobrar a los que se excedían en el tiempo a pagar las sustancias que vendía Don Genaro, un mafiosillo conocido del barrio de la Malcarrota. Pues estaba un gordo conocido por “Jopaiflas” pero que en realidad se llamaba Luis que le debía sus buenos doce mil euros a Don Genaro. Éste harto de intentar cobrar su deuda sentenció su muerte y mandó a Jaramillo a su casa a que lo reventara a navajazos. Fue y entró en su casa con una ganzúa, dejando el cierre maltrecho impidiendo que se pudiera abrir la puerta. Esta fue la fatalidad que impidió salir con vida al pobre Luis, pues su verdugo es conocido por darle bien al aguardiente y esa tarde había tomado sus buenas veinte copas y mientras esperaba a Luis, se quedó dormido. Fue el trueno que acompañó al rayo lo que lo despertó, pues antes del rayo que iluminó toda la casa hubo una serie de otros más cortos pero con sus correspondientes truenos y uno de ellos lo despertó. Para salir de la casa simplemente le pegó una patada a la puerta.

Así fue como se resolvió el caso. Por culpa de su marido, la hermana de Luis es un poco más adinerada, pero en su barrio la miran con otros ojos. Es lo que tiene mezclarte con el diablo.