martes, 20 de abril de 2010

Uno de esos putos dias. Relato trágico muy corto


Hoy me encuentro fatal. Tengo la sensación de que dieciséis putos elefantes me han pasado por encima y me han cagado en todo lo alto. Debo dejar las drogas, la bebida, las mujeres y el puto azathoiprine. Me cago en todo lo que se menea, de ayer no recuerdo casi nada, sólo recuerdo que estuve en el Mora tomando cubatas como un descosido y que me saque la polla en la plaza de los exiliados pero poco más. Joder, otra vez sacándome la churra. Que le den por culo a todos. Los que la hayan disfrutado eso se habrán llevado. Vaya mierda, no me queda café. He de ir a lo de Abundio a comprar más. Pero ahora no tengo ganas, me duele la cabeza como si una banda de trombones me hubiera tocado encima la 5ª de cualquier mierda de esos compositores de los que ellos toquen. Me cago en la puta, tampoco me quedan ibuprofenos. No me quedan aspirinas, ni tranxilium, ni paracetamol, ni alka seltzer, no me queda nada en este puto piso. Joder, ni un mísero átomo de coca, ni un pellizco de maría, ni un cagarro de mierda, ni un culín de whisky, ¡ni una puta cerveza coño! Me voy a duchar a ver si me queda algo en el cajero, eso si no lo fundí todo anoche, y tal como están las cosas no lo veo difícil.

Maldito sol de los cojones, ni con las gafas de sol me puedo librar de él. Joder parece que me bota una pelota en la cabeza. Maldita sea, ahora me he dejado la cartera en el piso, ¡vaya mierda!

domingo, 18 de abril de 2010

In vino veritas


No encontraba la inspiración por ningún lado. El periódico esperaba un artículo mío para el dominical y no sabía de qué iba a escribir. Las puñeteras musas me habían dado de lado esta vez y por primera vez en mi vida no sabía configurar un texto con vida propia. Miraba y miraba libros en casa pero tenía la sensación de estar mirando hojas en blanco. Navegaba por internet en busca de alguna chispa que iluminara mi albo trabajo pero todo era en vano. Todo lo que encontraba me sonaba ya y no quería ser un segundón, escribir sobre lo ya escrito. Quería escribir algo nuevo. Joder, nunca había tenido problemas. Hasta esa semana, nunca. Entonces me dispuse a salir a la calle en busca de algo de inspiración.

En la calle, la misma rutina de siempre, gente anónima caminando en busca de su definición de vida, coches circulando envenenando el aire que respiramos, perros defecando en la acera como si de un amplio WC se tratara, niños jugando en maltrechos reductos que delimitan su pueril imaginación, mujeres gritando haciendo ver que existen, taxistas en busca de ilusos a quien perder por la urbe, vendedores de ilusiones perdidas, gentío insulso a fin de cuentas.

Iba por la plaza de los exiliados cuando reparé que en una esquina había un hombre de edad adulta pidiendo. Era la primera vez que lo veía. Rebusqué entre mis bolsillos en busca de algunas monedas para ejecutar mi buena acción del día y me dirigí en su dirección para depositarlas en un vaso de plástico que llevaba en su mano derecha.

-Aquí tiene, buen hombre-le dije mientras depositaba las monedas en su vaso.

-¿Cómo sabe usted que soy un buen hombre?-me preguntó.

-No lo sé, solo lo intuyo-le contesté algo sorprendido por su pregunta.

-Ah. No debería hacer usted juicios de valor sobre todo de personas que no conoce-dijo a su vez.

-No le comprendo. No sé a dónde quiere llegar. Yo sólo le he depositado unas monedas y ya está.

-No solo ha hecho eso, si no que ha emitido un juicio de valor. Y no me diga que miento por que yo lo he oído con estas dos orejas.

-Oídos, me ha escuchado por los oídos. Las orejas no oyen-le corregí.

-Encima se cree con propiedad de corregirme. Sepa usted, Don señor culto, que yo he sido una eminencia del saber.

-No se lo discuto. Ahora, si me perdona, voy a seguir por mi camino.

- Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

-Vaya, Machado-observé yo.

-Ya le he dicho que he sido una eminencia, lo que pasa es que los derroteros de la vida me ha llevado por los oscuros pozos de ella, y ahora me veo en estas condiciones, pero sepa usted que yo he recitado poesía ante embajadores y reyes, ante doctores y eruditos, ante príncipes y ministros, y no solo me han aplaudido, si no que me han apoleado hasta las más altas instancias de la vida cultural del país.

Vaya, un loco, pensé para mí. El hombre presentaba todos los aspectos de un viejo alcoholizado. La nariz llena de venillas, los mofletes rojos, los labios hinchados, los ojos hundidos. Iba a emprender mi camino cuando me paró con su mano temblorosa y me preguntó:

-¿Usted cree en Dios?

-No sabría qué contestarle.

-Eso no es una respuesta, o se cree, o no se cree. Esa mierda de creer a medias que se han inventado los agnósticos, se la pueden meter por el culo.

-Bueno, si le soy sincero, no creo, no.

-Lo sabía, se le ve en la cara. ¿Sabe usted que tiene cara de ateo?

-Vaya, no creía que eso fuera algo que uno fuera enseñando sin querer.

-¿Sabe usted que es para mi Dios?

-Supongo que el padre de todos nosotros, ¿no?

-Para mi Dios es este cartón de vino.

Y me enseñó un tetra brick de vino que llevaba guardado en uno de los bolsillos de su chaqueta.

-No le comprendo-espeté yo con toda mi incredulidad.

-Yo se lo explico, joven. Dios es verbo y virtud, todas las cosas buenas que nos suceden, y se puede materializar en cualquier cosa, ¿no?, pues para mi todas esas cosas es un cartón de vino. In vino veritas.

Y se largó. Y la verdad es que me vino bien hablar con aquel tipo, porque me hizo escribir el artículo para el dominical; y no es otro que el que acaban de leer.

lunes, 12 de abril de 2010

Enma


Fuera hacia un día de perros. Andrés se encontraba recostado en el sofá sumido en sus pensamientos cuando sonó el móvil. Por el tono de llamada sabía que era Enma. No tenía ganas de hablar con ella e hizo caso omiso a la llamada. Cuando dejó de sonar pasó unos segundos y volvió a sonar la misma melodía. Así se repitió la misma música hasta cinco veces. Él estaba muy dolido con ella por lo que le dijo la última vez que se vieron. Seguramente ella estaría llamando para pedirle perdón o para preguntar cómo se encuentra o simplemente para saber si se le ha pasado ya el enfado. Las relaciones de pareja funcionan así; unas veces se enfada uno, unas veces otro y luego llega el consabido turno del perdón y olvida. Pero Andrés en ese momento no estaba para perdonar y mucho menos para olvidar. Estaba escuchando como la lluvia iba marcando su compás en los cristales de la ventana cuando empezó a rememorar lo ocurrido con Enma.

Fue el domingo pasado cuando ella decidió ponerse el jersey gris marengo que él le había regalado por su cumpleaños hacía ya un año y dos meses. Él pensaba que el tono del jersey le haría resaltar el azul de los ojos de Enma, pero cuando vio que no se lo ponía nunca, simplemente llegó a olvidarse que se lo había regalado. Fue entonces una sorpresa para él verla aparecer con su jersey y efectivamente, le hacían resaltar sus ojos. Felices los dos, decidieron ir a la cafetería Mora a tomar un café. Allí se pidieron un café con leche él y uno solo ella. Hablaron de sus cosas, de sus proyectos en común, de sus idas y venidas. Cuando se tomaron los cafés decidieron dar una vuelta por el paseo de los exiliados. Era un domingo soleado de febrero, y el sol de la tarde estaba ya despidiéndose con sus últimos racimos de luz.
Anduvieron y anduvieron por la plaza cogidos ella por el hombro y él del talle, con fugaces besos en los labios que dejaban adivinar su amor. Pensando en ello, desde la soledad de su piso, Andrés no pudo reprimir que las lágrimas empezaran a brotarles por sus ojos. Ojalá se pudiera quedar con aquella estampa, pero lo amargo vendría después.

-Tengo algo que decirte-le dijo ella con un profundo suspiro y él le contesto que esperara a que llegaran al piso, que tenía una sorpresa para ella, pero le respondió que no podía esperar más, que le estaba quemando las entrañas y tenía que decírselo.-¿Qué es lo que no puede esperar?- le preguntó a lo que ella le contestó que si recordaba la fiesta que dieron sus amigas y ella en el piso de Raquel –Ah si, la que sólo podían ir mujeres- le interrumpió él y ella continuó diciendo que si, que era esa, solo que le había mentido, que no era sólo de mujeres, que fueron unos chicos que conocía Raquel y Laura. –Ah, así que me mentiste- dijo en un tono grave Andrés y ella se quedó un instante mirándolo y le preguntó muy seria que si sabía que le quería mucho, que él era el amor de su vida, a lo que él contestó –No sé a qué viene todo eso. Enma le aclaró que venía a que se emborrachó y folló con uno de aquellos chicos. De pronto él se quiso morir. Le dijo que le dejara en paz y que su historia se había acabado. Y se fue.

Otra vez sonó el móvil con la melodía de Enma. Y Andrés se quedó mirándolo y volvió la mirada hacia la mesita donde tenía la lamparita del salón. En ella había una cajita negra que escode en su interior la sorpresa que le iba a dar el domingo a Enma. La coge, la abre y saca de ella un pequeño anillo de pedida. Lo observa durante un rato y lo vuelve a meter en la caja dejándola nuevamente encima de la mesita. Bueno, ella se lo pierde, pensó.

viernes, 9 de abril de 2010

Cenizas


Son tantas las cosas que quiero contarte en esta carta que noto como se van agolpándose en mi cerebro como el agua de un pantano a punto de rebosar que se concentra ante las compuertas de salida. Mis recuerdos contigo van más allá de lo meramente testimonial y es verdad que hemos disfrutado tanto de momentos buenos como malos, pero me has de admitir que si por un momento tomamos una balanza y pesamos nuestros recuerdos, pesan más los buenos. Mis sensaciones contigo han sido tan buenas que tan sólo siento lástima de no poder seguir un ciclo en el cual podamos estar siempre repitiendo los mismos actos. Beber un café contigo se me hace tan gratificante como compartir una charla de una película. ¿Te acuerdas cuando fuimos al cine a ver Precious? Recuerdo perfectamente como brotaban lágrimas de tus verdes ojos cuando el padre violaba a su hija; y es que eres tan sensible que daba gozo regalarte un ramo de flores porque siempre lo recibías con un fuerte abrazo colmado de un beso que hacía que el mundo dejara de girar en ese preciso instante.

Ahora mismo estoy viendo la foto que nos hicimos en la playa el año pasado, en nuestras vacaciones; ya sabes, la que tengo enmarcada encima de la mesa del ordenador. En ella Estoy mirándote sonriendo mientras tu me echas tu brazo derecho por encima del hombro y con el izquierdo estrechas mi brazo derecho. Estás mirando a la cámara, sonriendo, con tu jersey azul cobalto. En un primer plano se ve tu anillo de casada. Estás preciosa en esta foto. Bueno, en esta y en todas, ya sabes que para mi eres la mujer más guapa del universo. Que bien nos lo pasamos esas dos semanas. Juntos parecíamos dos jóvenes ávidos de aventuras y aquella ciudad un país a nuestra disposición para descubrir. Que paseos dimos por la playa, la visita al museo provincial, nuestras pueriles esculturas de arena, la subida al faro, el paseo por burro taxi, la ruta de tapas que nos inventamos.

Hoy hace un precioso día de primavera y me hace evocar a nuestro primer encuentro, en aquella cafetería de cuyo nombre nunca consigo acordarme y tu siempre recuerdas con una sonrisa en los labios, dejándome en el más terrible de los ridículos. Nada más verte sentí un flechazo que hizo que la sangre me fluyera a velocidad de vértigo. Y tu, que estabas acompañada de otro hombre, no hacías más que echarte el mechón de pelo hacia atrás, cosa que te favorecía un montón. No sabía cómo hacer que recayeras en mi, y no se me ocurrió otra cosa que anotar una frase en una de mis tarjetas de visita. Cuando tu acompañante se marchó de tu lado un momento para ir al servicio, fui como un rayo y te la di. En ella ponía que si querías conocer Orión, hicieras el favor de llamarme. A las dos semanas me llamaste diciendo que eras la chica de la cafetería a la que abordé con una tarjeta en la que la invitaba a conocer Orión, y yo te contesté que sería un honor para mí enseñártelo. Quedamos y te dije que se podía ver en invierno, que me perdonara, que se me ocurrió de pronto esa frase, pero era para que se quedara conmigo por lo menos hasta el invierno. Y te echaste a reír aludiendo que era la manera más original con la cual la habían intentado conquistar. Y te conquisté.

Y con sabor a ambrosía que es como saben tus besos me he estado alimentando todos estos años. Pero el infortunio ha querido que todo termine de la misma manera que todo empieza: De pronto. No se adonde mandar esta carta puesto que hace ya un mes que te incineramos. Lo más seguro es que una vez que la termine, la queme y esparce sus cenizas donde esparcí las tuyas, bajo el sauce donde nos dimos nuestro primer beso.

jueves, 8 de abril de 2010

Mónica


Julián iba conduciendo por una carretera comarcal hacia su pueblo. Estaba cansado de viajar durante todo el día por malas carreteras y no veía la hora de llegar a su casa. Ya le quedaba poco para estar cómodamente relajado en las burbujas de su hidromasaje. Sólo un par de kilómetros más. Ya hacía rato que la noche había hecho acto de presencia y sus párpados cada vez luchaban más tenazmente por mantenerse abiertos. A lo lejos le pareció ver una figura andando por el arcén. Qué raro, pensó. A esas horas le pareció raro que alguien hiciera autostop y más aun que anduviera por esa carretera tan solitaria. Conforme se iba acercando logró distinguir lo que era una silueta femenina, y cuando pasó a su lado cayó en la cuenta que la conocía llegando incluso a pronunciar su nombre. Por su indumentaria era innegable que estaba ejerciendo la prostitución.

El siguiente día era festivo, y Julián estaba en una terraza tomándose una cerveza con unos amigos. Uno de ellos le explicó que Mónica, una antigua novia de Julián estaba saliendo con un conocido ladronzuelo del pueblo, y todos se echaron a reír. Julián calló en aquel momento que la noche anterior la había visto en la carretera en busca de algún cliente. La conversación derivó al instante en un tal Pedro, un compañero de la época de la mili de uno de ellos al que le pusieron el mote de “polla tortuga” porque tenía el pene tan pequeño que en la ducha al contacto con el agua le retrocedía hasta desaparecer. Todos rieron con la anécdota. Siguieron bebiendo cerveza y cada uno contaba sus cosas.

Al anochecer, Julián cenó con su esposa pero esa noche estuvo más callado que de costumbre. Estaba como ido, como pensativo, como en otro lugar. Su mujer no le hizo caso. Hacía tiempo que no le importaba lo que su marido hiciera. Su profesión de representante hacía que pasara muchas horas fuera del domicilio conyugal y ella se acostumbro a él como si fuera una figura espectral. Entre los dos retiraron la mesa y limpiaron los enseres. Vieron un rato la televisión y se acostaron en el más absoluto de los mutismos. Esa noche, Julián no podía conciliar el sueño. Había algo que lo perturbaba, y ese algo estaba en el kilómetro uno de la comarcal 324. Silenciosamente se levantó de la cama, fue a la cocina y apareció en la habitación con una sartén con la que le dio a su mujer en toda la cabeza. Dejó caer la sartén en la cama y se vistió. Puso otra vez el utensilio en la cocina y cogió las llaves del coche junto a las de la casa y salió a la calle. Se montó en su coche y puso dirección a Mónica. Una vez llegó a su altura, bajó la ventanilla del coche y echando la cabeza hacia atrás, como en un acto reflejo para que ella no lo reconociera, le preguntó cuánto. Ella contestó que treinta euros y él le respondió que de acuerdo. Se montó en el coche y le dijo que en el coche no lo hacía, que había que ir a un cortijo abandonado a unos quinientos metros de allí, que ella le guiaba, a lo que él le respondió que de acuerdo. Arrancó el coche y siguió las indicaciones de ella. Al llegar al cortijo se bajaron y entraron. El cortijo estaba medio derruido, con el techo prácticamente desaparecido. En lo que él supuso que sería la estancia principal encontró un colchón viejo y lleno de manchas. -¿Hay no querrás que me tumbe, no?-preguntó Julián a lo que contestó Mónica que no se preocupara, que no iba a hacer falta. Él se quedó extrañado ante la respuesta cuando de una estancia adyacente salió su novio con una navaja en la mano amenazándole con que le diera todo lo que llevaba encima o le rajaba de arriba abajo. Julián se quedó atónito, pero reaccionó plantándole cara, más que nada porque recordó que se había olvidado de sacar del maletero su cartera del trabajo y en ella había por lo menos tres mil euros. Forcejearon durante un rato y el proxeneta le asestó una puñalada en todo el corazón que mató en el acto a Julián. Cuando lo vieron caer, cogieron su cartera, las llaves del coche y se fueron con él de allí.

Tardaron dos días en encontrar a Julián. Su mujer se despertó al día siguiente con un fuerte dolor de cabeza, pero se tomo un ibuprofeno pensando que era una de sus jaquecas. Al no ver a su marido pensó que se había ido al trabajo sin despedirse, como era su costumbre desde los últimos años. Cuando no llegó por la noche, llamó al trabajo por si había ido lejos e iba a pernoctar fuera. En el trabajo sin embargo lo que hicieron fue preguntar por él, puesto que ese día no había ido a trabajar. Al día siguiente un hombre que salió a pasear por el campo y entró al cortijo a hacer sus necesidades se encontró de bruces con el cuerpo. Llamó a los municipales. Fueron ellos los encargados de dar la noticia a su mujer, y ella sólo dijo un: -Ah, vale. En cuanto a Mónica y su novio, dicen que lo han visto por el pueblo vecino.

miércoles, 7 de abril de 2010

María


Esteban miraba al sol con cara extrañada. Alguien le había dicho que era una estrella, pero él no podía creérselo, porque lo veía de día, y como todo el mundo sabía, las estrellas sólo se podían ver de noche. Esteban estaba seguro de que el sol era un planeta, como la luna. Miró su reloj y se dijo que era tarde. Ya pasaban de las 18:30 horas y él había quedado a las 18:00 con María en la esquina de la cafetería Mora. Había planeado muy bien que tema de conversación iba a tener esa tarde con ella, ya que en la última cita lo fastidió todo por no saber quién era Ricardo Bustillo Pérez, el último ganador de mira quien canta. Y es que Esteban era tan pobre que ni un televisor podía permitirse. Pero quería parecer intelectual ante María y había comprado el último número de la revista Mes intentando recordar cifras y fechas, nombres y apellidos, programas y entrevistas para estar a la altura de ella. Ya sólo faltaba que ella llegara, y es que María era la mujer de los sueños de Esteban, algo más bajita que él, cualidad que veía imprescindible, con el pelo rizado a media melena y de color rubio, aunque seguramente no era ese su color natural, como dejaba entrever sus morenas y pobladas cejas. Sus ojos de color avellana, su nariz pizpireta, sus labios finos pero apetecibles, sus orejas simétricas, sus hombros algo caídos pero que pasaban desapercibidos por la protuberancia de sus senos, su estrecha cintura que se depositaba en un respingón culo, hacia de ella una mujer muy apetecible para el género masculino. Por eso cuando María se ponía ropa ceñida, Esteban se moría de los celos y no estaba más que atento a las miradas de los hombres que no paraban de disfrutar semejante gracia. Y ahora mismo lo que estaba era de los nervios por la tardanza de ella. Si al menos le hubiera llamado al móvil para decirle que llegaba tarde, pero no. Ya se sabe, quien espera, desespera.

Al fin, a las 19:00 llegaba María. Se dieron dos besos en ambas mejillas y se dispusieron a entrar en la cafetería Mora. A la pregunta del camarero, Esteban pidió un cortado y María un café con leche. Bueno, pensó Esteban, ya va siendo hora de que ponga a prueba lo aprendido.

-¿Sabes, María?, Hoy te va a costar más trabajo dejarme sin saber que decir-dijo enorgullecido Esteban.

-¿Ah, si?, me alegro, pero es que hoy tengo un poco de prisa ¿sabes? Había quedado contigo precisamente para decirte una cosa-dijo un poco ruborizada María.

-Bueno, pues ya sabes, soy todo oídos-dijo nerviosamente Esteban.

-Espera, chiquillo, que aun no han traído ni los cafés-dijo en tono gracioso María.

-Vale, vale, pero hoy podemos hablar si quieres de Fernando Quintanosa…

-¿Quién?-le interrumpió ella.

-Si mujer, el torero que se ha casado con la mecánica de bicicletas, el Fernando Quin…

-Ni idea-le volvió a interrumpir.

-Ah. ¿Y de Juan Ignacio Madroño?-preguntó Esteban.

El camarero traía los cafés y los depositó equivocadamente a cada uno de ellos. Corrigieron el error y Esteban continuó con su conversación.

-Juan Ignacio Madroño, el que sale con la presentadora del, ay, como se llama, esto…el…si mujer…el…videos de infarto, ese-dijo atolondradamente Esteban.

-No sé de quién me hablas-dijo ella tras tomar un sorbo de su taza.

A Esteban se le estaba acabando los recursos. No entendía que podía estar fallando. Pero si ella le habló de un famoso, ¿cómo es que ahora no entendía de ellos? Notaba como se estaba acalorando y le subía las pulsaciones. Tomó un sorbo de su cortado y se quedó callado. Creyó que era lo mejor. Que esperaría que ella hablara. Pero no habló ni una palabra. Seguía tomando sorbos de café y mirando hacia los lados, como si estuviera incómoda en aquella situación. Esteban empezó a notar cómo le sudaba la espalda por debajo de su camisa. Quería que la tierra le engullera allí mismo. Si, el satélite tierra debería tragárselo para evitarse el bochorno que estaba sufriendo. Se bebió lo que quedaba del cortado de un trago. Estaba frío.

-Bueno, Esteban, lo que te quería decir es que no quiero quedar más contigo. Me ha salido una cita mejor y la voy a aprovechar. No quiero decir con esto que no me gustes. Es que el otro me gusta más. Y quiero evitar lo de quedar como amigos, ¿sabes?, porque al final me vas a dar el coñazo un montón de tiempo con llamaditas y mensajes al móvil y prefiero cortar esto por lo sano cuanto antes. Espero que lo comprendas. Bueno, gracias por el café. Hasta siempre-dijo de un tirón casi sin respirar María.

Esteban se quedó congelado, como una imagen estática. No sabría calcular cuánto tiempo estuvo así. Sólo salió de su ensimismamiento cuando el camarero le llevó la cuenta para que desalojara lo más pronto posible la mesa en pos de otros clientes. Pagó y salió a la calle. Ya era de noche. Ya no veía el planeta sol. Ya sólo veía las estrellas y el planeta luna. Inspiró fuertemente el polucionado aire de la ciudad, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se dirigió a su piso, no sin antes pensar en lo sucedido. Pensaba en que debía existir un Planeta llamado Putania enteramente de mujeres y que María era su reina. Pensaba en el tiempo perdido aprendiendo nombres que no sirven para nada, quizás para tertulias en peluquerías de mujeres, pero para poco más. Pensaba en cómo la quería y cómo iba a llenar el hueco que había dejado en su corazón. Pensaba en llamarla al móvil, pero ella le dijo que no lo hiciera. Pensaba y pensaba. Pensaba en cómo Cristóbal Colón descubrió América en 1942. Pensaba en que seguro que un descubridor no tenía problemas de mujeres. Y así fue andando hasta que dobló la esquina y desapareció.

lunes, 5 de abril de 2010

Cuento pacifista


Ya ni se recuerda cuando se inició la guerra. No se inició por el rapto de una reina de otro país, como en Troya, ni por el dominio de unas tierras, ni por cuestiones religiosas. Esta guerra se inició por un caramelo. El pastelero real de Segrenia dio con la fórmula magistral de un caramelo de sabor majestuoso, sólo ideado para paladares regios. Pero los espías de la república de Fajeria robaron la receta y se dedicaron a la producción masiva de dicho caramelo, dándolo a conocer a todos los habitantes de la república. Eso enfureció al rey de Segrenia de tal manera que les declaró una guerra que dura hasta hoy. En ambos bandos los muertos se cuentan por unidades. Es que tampoco se pueden contabilizar muchos más. Son dos países pequeños. Y en ambos países los varones en edad de luchar se encontraban casi todos de baja por una gripe que asoló el reino y la república. Al principio se luchaba con torneos de ajedrez, pero el rey montó en cólera al ver que nadie sangraba, y es que para él era condición inexcusable que en toda contienda hubiera un mínimo de derramamiento de sangre. Para salir del paso se presentaron como voluntarios el gremio de carpinteros, que día si y día también estaban sangrando con cortes varios en su trabajo, pero en vez de satisfacer a su alteza, eso lo enfureció aun más, creando un bando real que decía que todo varón de los dieciséis a los sesenta años que no estuviera de baja por la gripe debía luchar contra Fajeria por el honor de su rey. Se presentaron quince personas.

A su vez, en la república de Fajeria viendo la sed de venganza del rey vecino crearon un bando calcado del Segrenio, solo cambiando el rey por el presidente de la república. Aquí tuvieron más éxito en la convocatoria. Se presentaron dieciséis personas. Y empezó la contienda.

Desde un principio era difícil matar al enemigo porque se escondía muy bien. Las flechas escaseaban dado que el gremio de carpinteros estaba más de baja por los cortes producidos en su trabajo que produciendo flechas. Así que tiraban una y miraban bien dónde caía para ir a recogerla una vez que se hubieran asegurado que allí no había nadie. Para hacer una emboscada, se unían tres o cuatro Fajerios con el fin de sorprender a un Segrenio que creían haber visto escondido tras unos matorrales y cuando se dispusieron a darle caza, se trataba de un jabalí. Esto ocurría a diario. En el bosque que separaba a Segrenia de Fajeria había más jabalíes que soldados, y claro, se confundían siempre.

Cuando se mataba a un Fajerio, el rey lo celebraba con una opípara comida. Cuando se mataba a un Segrenio, la república declaraba ese día fiesta nacional. Así iban pasando los días, los meses, los años, los lustros, los decenios, los no se que más decir, porque se me han acabado los recursos temporales, pero la guerra seguía. Como es de suponer, la gripe terminó y ya eran más soldados en ambos bandos. Pero seguían escondiéndose muy bien.

En todo este tiempo llegó a nacer un niño, Pengarín, en la república de Fajeria. El conoció toda su vida a su pueblo en guerra, y cada vez que preguntaba a su madre por qué existía la guerra, la madre le contestaba que era un invento del Demonio del cual se aprovechaban los reyes malos para querer matar a su país vecino. Pero el niño aprendió en la escuela que la guerra empezó por un caramelo, un caramelo de sabor a ciruela del que nadie compraba ya en la república puesto que le acusaban a él de la maldición de la guerra. Desde que se enteró de ello, Pengarín estaba siempre meditabundo.

Una noche el niño se levantó de la cama, se vistió y salió a la calle. Como si fuera perseguido por el Diablo empezó a correr y atravesó el bosque hasta que llegó a Segrenia. En ella siguió las indicaciones hasta que encontró el palacio real. Se encontró a la guardia durmiendo y entró en palacio. Subió a la habitación real y entró. Se encontró al rey roncando y le fue dando codazos en la cara hasta que lo despertó.

-¿Quién osa?-gruñó el rey.

-Yo, Pengarín-balbuceó el niño.

Como un resorte el rey pegó un brinco de la cama hasta ponerse de pié. Se frotó los ojos como no dando crédito a lo que estaba viendo y cuando pasado un instante se dio cuenta que efectivamente estaba frente a un niño le pregunto:

-Pero vamos a ver, mocoso, ¿tu quién eres? Y lo más importante, ¿cómo Demonios has entrado a mis aposentos?

-Soy Pergarín, del vecino pueblo de Fajeria. Y he entrado por la puerta-contestó el niño.

-Vaya por Dios, un espía, ¡A mi la guardia!-gritó el monarca.

Cuando pasado un momento vio que nadie llegó, exhaló un suspiro y volvió a preguntar:

-¿Y qué quieres, si se puede saber?

-La paz entre ambos pueblos-afirmó categóricamente el niño.

-Jajajajajajajajajajajajajaja-empezó a reír el rey.

-Va en serio majestad. Desde que tengo uso de razón sólo he conocido la guerra. Hace mucho tiempo que no he visto a mi padre. Los dos pueblos están arruinados por un condenado caramelo. Esto no es serio. Le propongo una cosa…

-¿Qué cosa?-interrumpió el rey.

-Aquel de los dos que antes se ate los zapatos y gane, decidirá sobre el futuro de la guerra-propuso Pergarín.

-Jajajajajajajajajajajajajajajajajajaja. Hecho-Le replicó el monarca.

-Vale, pues yo he ganado, puesto que ya los tengo atados y usted va descalzo-sentenció el niño.

-Pero ¿cómo?, eso no vale, es trampa. Me has engañado-dijo enfurecido el rey.

-Usted acató las normas, se acabó la guerra en este preciso momento-entonó triunfalmente Pergarín.

Y así fue que tan ridículamente empezó la guerra como igualmente acabó. Y es que esto no deja de ser un cuento, pero todas las guerras han empezado por un motivo ridículo, llámese A, llámese B. Antiguamente al menos quien las provocaba tenía el “honor” de participar en ellas. Hoy en día ese “honor” lo carga a sus espaldas una serie de personas pagadas con un sueldo, o sea profesionales de la muerte. Este cuento no es más que un alegato a la paz. Estará mejor o peor narrado. Pero no es más que eso. Una semilla más que ojalá germine en un mundo sin violencia.

sábado, 3 de abril de 2010

Isbruck


Cae la noche en Isbruck. Estamos en un control de carretera el teniente Peterson, el sargento Smith, el soldado Brown y yo. Hace un frio que se cala en los huesos, a pesar de la ropa de abrigo que llevo encima. Con lo a gusto que estaría ahora en el pueblo tomándome una cerveza bien fría escuchando música en el garito de Brian. En fin, alistarse en el ejército tenía este riesgo, el que te mandara a alguna de las misiones de paz, como se llaman ahora. Hace como una hora que no pasa ningún coche. Los autóctonos están muy concienciados de no salir cuando cae el alba. Los grupos terroristas llevan un tiempo muy activos, pero están más operativos por la mañana, que es cuando más concentración de ciudadanos hay. Todo es una mierda, derrocamos al dictador de este país con la promesa de traerles la democracia pero lo único que hacen es destruirse los unos a los otros, Parece que quieren seguir viviendo en la edad media. Todo lo que está subyugado a una religión es un mojón. Joder, si es que no hemos aprendido en dos mil años de historia una mierda. Y ahora estoy en el culo del mundo aterido de frio , con el culo lleno de arena, los labios resquebrajados, la piel tersa y quebrada por el sol, cayéndoseme el pelo de tanto llevar el jodido casco, con picores por todo el cuerpo, con los pies picados de llevar puestas las botas todo el santo día, las orejas con pupas de las chinches que hay en las literas, joder, si es que me pongo y no paro. Y cuando hay que cagar, de cuclillas expuesto a que te pique un bicho, con las ganas que tengo de hacerlo en un wáter como Dios manda. Que hambre tengo. ¿Qué habrá de cena hoy? Para la hora que llegaremos ya estará fría, eso seguro. Que jodido es tener que montar guardias, y si te toca control de carreteras, peor que peor. Nadie habla. Tenemos que dar la sensación de estar muy concentrados oteando el horizonte, la carretera, los caminos que hay por los lados, cualquier forma que veamos sospechosa. Los muy hijos de puta pueden aparecer por cualquier lado.

-Mi sargento, objeto sospechoso a las 14-grita Brown.

Todos como movidos por resorte nos ponemos el arma en situación de tiro mirando a las 14.

-Es una jodida cabra, soldado Brown-escupe el sargento.

-Bueno, ha estado bien, siempre hay que estar alerta-analiza el teniente Peterson.

Yo me quedo callado, algo nos ha sacado de nuestra rutina. Somos hombres preparados para el combate y en absoluto nos hemos puesto nerviosos. La cabra sigue su camino ignorándonos. Para ella no somos más que cuatro personas. Cuatro de esos que andan a dos pies que de vez en cuando le echan algún alimento que la saque de su menú herbal.

Al cabo de un rato se acerca un vehículo. Parece un coche. Me dispongo a confirmarlo con los prismáticos y es un Ford Sierra de color arena, muy apropiado para el entorno. Así se lo hago saber a mi teniente.

-Bien, soldado Williams-Me contesta. –A ver, soldado Brown, adelántese y dele el alto con las luces de la linterna-ordena a Brown.

El soldado le obedece y se adelanta unos treinta metros y empieza a hacer aspavientos con la linterna, en lo que en lenguaje internacional viene a significar que pare el automóvil. El coche parece no hacer caso.

-Mi teniente, el coche no tiene trazas de parar-grita el sargento.

-Ya lo veo ya. Enfunden sus armas-ordena el teniente.

El coche para a unos cien metros de donde se encuentra el soldado Brown.

-Soldado Brown, vaya hacia el coche y pregúnteles quienes son y que hacen aquí, y que den media vuelta, que por aquí no se puede pasar-le ordenó el teniente.

El soldado se dispuso a obedecer la orden cuando las ruedas chirriaron y el coche se dirigió hacia nosotros. El soldado Brown tuvo que esquivarlo. Los tres hombres que estábamos en el control nos pusimos las armas en posición de tiro esperando una orden.

-Que cojones-expulsó el sargento.

-Esperad mi orden-sentenció el teniente.

El coche paró de nuevo a unos cincuenta metros de nosotros. El soldado Brown corrió hasta encontrarse con nosotros.

-¿Los has podido ver?-preguntó el teniente.

-No mi teniente. El interior del coche estaba muy oscuro, pero me ha parecido entrever que son cuatro, por las siluetas- contestó el soldado Brown.

-Estás seguro, soldado-gritó nuevamente el sargento.

-Si, mi sargento. Juraría por mi honor que si-sentenció Brown.

-Bueno, está la cosa equilibrada, que carajo-sentenció el sargento.

En ese momento oímos abrirse las puertas del Ford y vimos como se bajaban sus ocupantes. Efectivamente, eran cuatro. Volvimos a posicionar el arma en tiro y seguidamente el teniente les dio el alto, pero hicieron caso omiso a su orden. Empezaron a hablar entre ellos y siguieron andando hacia nosotros. Yo me di cuenta en ese momento que de los cuatro, ninguno sabíamos interpretar mínimamente su idioma cuando empezaron a hablarnos en su lengua.

-¿Qué cojones dicen?-preguntó extrañado el sargento.

-No lo sé mi sargento. De los cuatro ninguno los entendemos-le contesté.

-Me cago en las cucarachas sagradas del faraón Ransés, dele el alto nuevamente, mi teniente-gritó el sargento.

-No lo voy a repetir más veces, ¡ALTO!-sentenció el teniente.

Pero los cuatro desconocidos se acercaban cada vez más, hablando más y más fuerte. Cuando ya se encontraban a una distancia de unos veinte metros, uno de ellos hizo el amague de llevarse la mano al interior de su chaqueta. En ese mismo momento nos ordenó el teniente ¡FUEGO! Y descargamos todo el cargador sobre aquellos pobres infelices. En tan poco tiempo no tienes tiempo de reaccionar. Se supones que estamos en una guerra, que los demás son el enemigo, que van contra nosotros. De los cuatro cuerpos solo dejamos jirones desmembrados contra el suelo. Yo mismo creo que le reventé la cabeza a uno de ellos. Y es que cuando descargas todo el potencial de cuatro M4A1 contra unos pobres cuerpos, ellos pueden dar por seguro que van a quedar hechos papilla. Cuando revisamos los cuerpos, vimos que eran policías. En la oscuridad y a aquella distancia, no nos dimos cuenta. Pero eran de los nuestros. Cometimos un error. Por una serie de circunstancias, ni ellos hablaban nuestro idioma ni nosotros el suyo. No supimos prever eso. Cuando la sociedad conoció la noticia, se formó una especie de caza de brujas contra nosotros. Para los más detractores, no solo tuvimos bastante con invadir su país, sino que encima matábamos a los que estaban de nuestra parte. Los periodistas se emplearon a fondo para calumniarnos. A los cuatro nos echaron del ejército con deshonor. Dijeron que teníamos que haber esperado a ver un arma, que por pura intuición no teníamos que actuar. Ese fue mi fin en la carrera militar.

Hace dos días estaba sentado en mi habitación con un 9 mm apuntándome desde el frontal de la boca dirección al cerebro. Apreté el gatillo y mis sesos se estamparon contra la pared. Ya no les puedo decir quién les ha contado esta historia.

viernes, 2 de abril de 2010

Soneto de pega


Se me está ocurriendo una idea
no es más que un canto al mar
el que por algún momento se mosquea
no se preocupe, no he ido al bar.

Solo es por ventura canto que chorrea
y a dos voces elaborado sin par
para todo el que con mesura lo vea
que en ingles no es coche si no que es a car.

Y ahora me pongo serio amada mía
porque no es mi gana pero he de amar
aquello que por desgracia es tu tía

que ya sabemos, es fea como un calamar
de tal como es la tiraron a la vía
pero ni siquiera el tren la supo arrollar.

Sueño rosa


Joder, cómo voy de empalmado. Como que no hago otra cosa que acordarme del último video que vi mientras me hacía una buena manola. Pero he de concentrarme en la circulación, que encima que voy por la autovía a ciento sesenta no estoy pendiente de la carretera, pero cada vez que me acuerdo de las dos rubias en la bañera… Dios, como me estoy poniendo. Vaya pedazo de video, que buenas estaban las muy hijas de puta. No entiendo como dos chochetes tan preciosos pueden dejarse grabar de esa manera, para que luego cuelguen el video por internet y sirva de desahogo a millones de vergas como la mía. A lo mejor eso es lo que las pone más calientes, el saber que un pringado como yo se la está cascando mientras una de ella está a cuatro patas con los brazos hacia atrás dejando que su rosado coño estuviera al frente para que su amiga lo penetrara con una polla de goma de unos treinta centímetros de color rojo turquesa. Y como bombeaba el manubrio la amiga mientras la equilibrista jadeaba cada vez más hasta que llegó a caer de su postura mientras temblaba en pequeños espasmos. Y justo ahí me corrí, saliendo disparada mi leche contra el suelo formando un arco tal como los que forman los cohetes cuando explosionan en el cielo. Ah, como me duelen los huevos solo de pensarlo. Tengo que follar. Si, ese va a ser mi propósito de año nuevo, follar. Pero ahora mismo me voy a centrar en conducir hasta que llegue a mi destino. Voy a poner música, para centrarme en la carretera.

“Apaga las luces no soporto que me veas llorar
Porque has insinuado que me falta dignidad
A escondidas busco otro disfraz
Y mil posturas que ensayar
Estás tan fría y cada vez que cedo
Tu olvidas que caíste y ahora es imposible
Deshacer lo que me hiciste….”

He llegado. Aun es temprano. La verdad es que he corrido bastante. Debo tener cuidado, no están las cosas para muchas tonterías, tengo un montón de multas impagadas por mal aparcamiento. Sólo falta que me pongan una por ir a demasiada velocidad y que se den cuenta de toda la retahíla de multas que tengo impagadas. Me pondrían un multazo del carajo. Y no está el horno para bollos. Joder, que buena está esa tía. Tal como tengo los huevos le metía un par de polvos que se quedaba nueva. ¿Por qué no serán las cosas tan fáciles como en una película porno? Ahora ella tendría que reparar en mi presencia, venir hacia mi y pedirme fuego. Yo le contestaría que no tengo pues no fumo, pero que tengo una cosa muy caliente que a lo mejor le sirve para mitigar sus ganas de fumar. Ella me preguntará lascivamente -¿Y qué cosa es esa, si se puede saber?-, a lo que yo le contestaría -El señor púrpura-. Me desabrocharía la bragueta y sacaría mi gran pollón. Bueno, digamos que por cosas del zoom parecerá más grande de lo que realmente es y ella solícita se dispondrá a metérselo todo en su boca, empezando una mamada que me dejaría nuevo. Hala, ya estoy otra vez empalmado. Si, definitivamente, tengo que follar. Me hace falta un buen polvo. Uno que me haga salir del piso para ponerme a bailar con todos por la calle, como ha salido en tantas y tantas películas. Estaría bien, si. Ay, que poco cuesta soñar.