miércoles, 7 de abril de 2010

María


Esteban miraba al sol con cara extrañada. Alguien le había dicho que era una estrella, pero él no podía creérselo, porque lo veía de día, y como todo el mundo sabía, las estrellas sólo se podían ver de noche. Esteban estaba seguro de que el sol era un planeta, como la luna. Miró su reloj y se dijo que era tarde. Ya pasaban de las 18:30 horas y él había quedado a las 18:00 con María en la esquina de la cafetería Mora. Había planeado muy bien que tema de conversación iba a tener esa tarde con ella, ya que en la última cita lo fastidió todo por no saber quién era Ricardo Bustillo Pérez, el último ganador de mira quien canta. Y es que Esteban era tan pobre que ni un televisor podía permitirse. Pero quería parecer intelectual ante María y había comprado el último número de la revista Mes intentando recordar cifras y fechas, nombres y apellidos, programas y entrevistas para estar a la altura de ella. Ya sólo faltaba que ella llegara, y es que María era la mujer de los sueños de Esteban, algo más bajita que él, cualidad que veía imprescindible, con el pelo rizado a media melena y de color rubio, aunque seguramente no era ese su color natural, como dejaba entrever sus morenas y pobladas cejas. Sus ojos de color avellana, su nariz pizpireta, sus labios finos pero apetecibles, sus orejas simétricas, sus hombros algo caídos pero que pasaban desapercibidos por la protuberancia de sus senos, su estrecha cintura que se depositaba en un respingón culo, hacia de ella una mujer muy apetecible para el género masculino. Por eso cuando María se ponía ropa ceñida, Esteban se moría de los celos y no estaba más que atento a las miradas de los hombres que no paraban de disfrutar semejante gracia. Y ahora mismo lo que estaba era de los nervios por la tardanza de ella. Si al menos le hubiera llamado al móvil para decirle que llegaba tarde, pero no. Ya se sabe, quien espera, desespera.

Al fin, a las 19:00 llegaba María. Se dieron dos besos en ambas mejillas y se dispusieron a entrar en la cafetería Mora. A la pregunta del camarero, Esteban pidió un cortado y María un café con leche. Bueno, pensó Esteban, ya va siendo hora de que ponga a prueba lo aprendido.

-¿Sabes, María?, Hoy te va a costar más trabajo dejarme sin saber que decir-dijo enorgullecido Esteban.

-¿Ah, si?, me alegro, pero es que hoy tengo un poco de prisa ¿sabes? Había quedado contigo precisamente para decirte una cosa-dijo un poco ruborizada María.

-Bueno, pues ya sabes, soy todo oídos-dijo nerviosamente Esteban.

-Espera, chiquillo, que aun no han traído ni los cafés-dijo en tono gracioso María.

-Vale, vale, pero hoy podemos hablar si quieres de Fernando Quintanosa…

-¿Quién?-le interrumpió ella.

-Si mujer, el torero que se ha casado con la mecánica de bicicletas, el Fernando Quin…

-Ni idea-le volvió a interrumpir.

-Ah. ¿Y de Juan Ignacio Madroño?-preguntó Esteban.

El camarero traía los cafés y los depositó equivocadamente a cada uno de ellos. Corrigieron el error y Esteban continuó con su conversación.

-Juan Ignacio Madroño, el que sale con la presentadora del, ay, como se llama, esto…el…si mujer…el…videos de infarto, ese-dijo atolondradamente Esteban.

-No sé de quién me hablas-dijo ella tras tomar un sorbo de su taza.

A Esteban se le estaba acabando los recursos. No entendía que podía estar fallando. Pero si ella le habló de un famoso, ¿cómo es que ahora no entendía de ellos? Notaba como se estaba acalorando y le subía las pulsaciones. Tomó un sorbo de su cortado y se quedó callado. Creyó que era lo mejor. Que esperaría que ella hablara. Pero no habló ni una palabra. Seguía tomando sorbos de café y mirando hacia los lados, como si estuviera incómoda en aquella situación. Esteban empezó a notar cómo le sudaba la espalda por debajo de su camisa. Quería que la tierra le engullera allí mismo. Si, el satélite tierra debería tragárselo para evitarse el bochorno que estaba sufriendo. Se bebió lo que quedaba del cortado de un trago. Estaba frío.

-Bueno, Esteban, lo que te quería decir es que no quiero quedar más contigo. Me ha salido una cita mejor y la voy a aprovechar. No quiero decir con esto que no me gustes. Es que el otro me gusta más. Y quiero evitar lo de quedar como amigos, ¿sabes?, porque al final me vas a dar el coñazo un montón de tiempo con llamaditas y mensajes al móvil y prefiero cortar esto por lo sano cuanto antes. Espero que lo comprendas. Bueno, gracias por el café. Hasta siempre-dijo de un tirón casi sin respirar María.

Esteban se quedó congelado, como una imagen estática. No sabría calcular cuánto tiempo estuvo así. Sólo salió de su ensimismamiento cuando el camarero le llevó la cuenta para que desalojara lo más pronto posible la mesa en pos de otros clientes. Pagó y salió a la calle. Ya era de noche. Ya no veía el planeta sol. Ya sólo veía las estrellas y el planeta luna. Inspiró fuertemente el polucionado aire de la ciudad, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se dirigió a su piso, no sin antes pensar en lo sucedido. Pensaba en que debía existir un Planeta llamado Putania enteramente de mujeres y que María era su reina. Pensaba en el tiempo perdido aprendiendo nombres que no sirven para nada, quizás para tertulias en peluquerías de mujeres, pero para poco más. Pensaba en cómo la quería y cómo iba a llenar el hueco que había dejado en su corazón. Pensaba en llamarla al móvil, pero ella le dijo que no lo hiciera. Pensaba y pensaba. Pensaba en cómo Cristóbal Colón descubrió América en 1942. Pensaba en que seguro que un descubridor no tenía problemas de mujeres. Y así fue andando hasta que dobló la esquina y desapareció.