domingo, 18 de abril de 2010

In vino veritas


No encontraba la inspiración por ningún lado. El periódico esperaba un artículo mío para el dominical y no sabía de qué iba a escribir. Las puñeteras musas me habían dado de lado esta vez y por primera vez en mi vida no sabía configurar un texto con vida propia. Miraba y miraba libros en casa pero tenía la sensación de estar mirando hojas en blanco. Navegaba por internet en busca de alguna chispa que iluminara mi albo trabajo pero todo era en vano. Todo lo que encontraba me sonaba ya y no quería ser un segundón, escribir sobre lo ya escrito. Quería escribir algo nuevo. Joder, nunca había tenido problemas. Hasta esa semana, nunca. Entonces me dispuse a salir a la calle en busca de algo de inspiración.

En la calle, la misma rutina de siempre, gente anónima caminando en busca de su definición de vida, coches circulando envenenando el aire que respiramos, perros defecando en la acera como si de un amplio WC se tratara, niños jugando en maltrechos reductos que delimitan su pueril imaginación, mujeres gritando haciendo ver que existen, taxistas en busca de ilusos a quien perder por la urbe, vendedores de ilusiones perdidas, gentío insulso a fin de cuentas.

Iba por la plaza de los exiliados cuando reparé que en una esquina había un hombre de edad adulta pidiendo. Era la primera vez que lo veía. Rebusqué entre mis bolsillos en busca de algunas monedas para ejecutar mi buena acción del día y me dirigí en su dirección para depositarlas en un vaso de plástico que llevaba en su mano derecha.

-Aquí tiene, buen hombre-le dije mientras depositaba las monedas en su vaso.

-¿Cómo sabe usted que soy un buen hombre?-me preguntó.

-No lo sé, solo lo intuyo-le contesté algo sorprendido por su pregunta.

-Ah. No debería hacer usted juicios de valor sobre todo de personas que no conoce-dijo a su vez.

-No le comprendo. No sé a dónde quiere llegar. Yo sólo le he depositado unas monedas y ya está.

-No solo ha hecho eso, si no que ha emitido un juicio de valor. Y no me diga que miento por que yo lo he oído con estas dos orejas.

-Oídos, me ha escuchado por los oídos. Las orejas no oyen-le corregí.

-Encima se cree con propiedad de corregirme. Sepa usted, Don señor culto, que yo he sido una eminencia del saber.

-No se lo discuto. Ahora, si me perdona, voy a seguir por mi camino.

- Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

-Vaya, Machado-observé yo.

-Ya le he dicho que he sido una eminencia, lo que pasa es que los derroteros de la vida me ha llevado por los oscuros pozos de ella, y ahora me veo en estas condiciones, pero sepa usted que yo he recitado poesía ante embajadores y reyes, ante doctores y eruditos, ante príncipes y ministros, y no solo me han aplaudido, si no que me han apoleado hasta las más altas instancias de la vida cultural del país.

Vaya, un loco, pensé para mí. El hombre presentaba todos los aspectos de un viejo alcoholizado. La nariz llena de venillas, los mofletes rojos, los labios hinchados, los ojos hundidos. Iba a emprender mi camino cuando me paró con su mano temblorosa y me preguntó:

-¿Usted cree en Dios?

-No sabría qué contestarle.

-Eso no es una respuesta, o se cree, o no se cree. Esa mierda de creer a medias que se han inventado los agnósticos, se la pueden meter por el culo.

-Bueno, si le soy sincero, no creo, no.

-Lo sabía, se le ve en la cara. ¿Sabe usted que tiene cara de ateo?

-Vaya, no creía que eso fuera algo que uno fuera enseñando sin querer.

-¿Sabe usted que es para mi Dios?

-Supongo que el padre de todos nosotros, ¿no?

-Para mi Dios es este cartón de vino.

Y me enseñó un tetra brick de vino que llevaba guardado en uno de los bolsillos de su chaqueta.

-No le comprendo-espeté yo con toda mi incredulidad.

-Yo se lo explico, joven. Dios es verbo y virtud, todas las cosas buenas que nos suceden, y se puede materializar en cualquier cosa, ¿no?, pues para mi todas esas cosas es un cartón de vino. In vino veritas.

Y se largó. Y la verdad es que me vino bien hablar con aquel tipo, porque me hizo escribir el artículo para el dominical; y no es otro que el que acaban de leer.