viernes, 9 de abril de 2010

Cenizas


Son tantas las cosas que quiero contarte en esta carta que noto como se van agolpándose en mi cerebro como el agua de un pantano a punto de rebosar que se concentra ante las compuertas de salida. Mis recuerdos contigo van más allá de lo meramente testimonial y es verdad que hemos disfrutado tanto de momentos buenos como malos, pero me has de admitir que si por un momento tomamos una balanza y pesamos nuestros recuerdos, pesan más los buenos. Mis sensaciones contigo han sido tan buenas que tan sólo siento lástima de no poder seguir un ciclo en el cual podamos estar siempre repitiendo los mismos actos. Beber un café contigo se me hace tan gratificante como compartir una charla de una película. ¿Te acuerdas cuando fuimos al cine a ver Precious? Recuerdo perfectamente como brotaban lágrimas de tus verdes ojos cuando el padre violaba a su hija; y es que eres tan sensible que daba gozo regalarte un ramo de flores porque siempre lo recibías con un fuerte abrazo colmado de un beso que hacía que el mundo dejara de girar en ese preciso instante.

Ahora mismo estoy viendo la foto que nos hicimos en la playa el año pasado, en nuestras vacaciones; ya sabes, la que tengo enmarcada encima de la mesa del ordenador. En ella Estoy mirándote sonriendo mientras tu me echas tu brazo derecho por encima del hombro y con el izquierdo estrechas mi brazo derecho. Estás mirando a la cámara, sonriendo, con tu jersey azul cobalto. En un primer plano se ve tu anillo de casada. Estás preciosa en esta foto. Bueno, en esta y en todas, ya sabes que para mi eres la mujer más guapa del universo. Que bien nos lo pasamos esas dos semanas. Juntos parecíamos dos jóvenes ávidos de aventuras y aquella ciudad un país a nuestra disposición para descubrir. Que paseos dimos por la playa, la visita al museo provincial, nuestras pueriles esculturas de arena, la subida al faro, el paseo por burro taxi, la ruta de tapas que nos inventamos.

Hoy hace un precioso día de primavera y me hace evocar a nuestro primer encuentro, en aquella cafetería de cuyo nombre nunca consigo acordarme y tu siempre recuerdas con una sonrisa en los labios, dejándome en el más terrible de los ridículos. Nada más verte sentí un flechazo que hizo que la sangre me fluyera a velocidad de vértigo. Y tu, que estabas acompañada de otro hombre, no hacías más que echarte el mechón de pelo hacia atrás, cosa que te favorecía un montón. No sabía cómo hacer que recayeras en mi, y no se me ocurrió otra cosa que anotar una frase en una de mis tarjetas de visita. Cuando tu acompañante se marchó de tu lado un momento para ir al servicio, fui como un rayo y te la di. En ella ponía que si querías conocer Orión, hicieras el favor de llamarme. A las dos semanas me llamaste diciendo que eras la chica de la cafetería a la que abordé con una tarjeta en la que la invitaba a conocer Orión, y yo te contesté que sería un honor para mí enseñártelo. Quedamos y te dije que se podía ver en invierno, que me perdonara, que se me ocurrió de pronto esa frase, pero era para que se quedara conmigo por lo menos hasta el invierno. Y te echaste a reír aludiendo que era la manera más original con la cual la habían intentado conquistar. Y te conquisté.

Y con sabor a ambrosía que es como saben tus besos me he estado alimentando todos estos años. Pero el infortunio ha querido que todo termine de la misma manera que todo empieza: De pronto. No se adonde mandar esta carta puesto que hace ya un mes que te incineramos. Lo más seguro es que una vez que la termine, la queme y esparce sus cenizas donde esparcí las tuyas, bajo el sauce donde nos dimos nuestro primer beso.